*Rayuela
No hay mejor
gasolina para la rebelión que la represión
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Miles de niños
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Cada
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Acuerdo bilateral
entre la Unión Europea y Japón
El primer ministro japonés,
Naoto Kan, llegó a Bruselas a la Cumbre UE-Japón para negociar un acuerdo
binacional de libre comercio entre el bloque de las 17 naciones y la tercera
economía del mundo.
Calderón
en su laberinto
Juego de
espejos
Federico
Berrueto
El
Presidente ha sido quien ha adelantado los tiempos electorales. Primero con la
promoción de las alianzas opositoras, luego al llegar al extremo de pedir a su
partido un candidato presidencial externo. Ahora suscribe la candidatura de
Ernesto Cordero, un colaborador leal, pero sin mayor historia. Calderón quiere
gobernar y trascender, pero él es quien inició la guerra en su
partido.
Como
toda persona en ese estado de ánimo, el presidente Calderón no advierte la
manera como se le interpreta cuando comparte públicamente expresiones de
incomprensión. Los dardos presidenciales a sus críticos se le vuelven en contra.
Queda claro, como todos los presidentes en su quinto año, que Felipe Calderón
padece un sentimiento de frustración por el escaso reconocimiento a las
realizaciones de su gobierno y por el desentendimiento de algunos o muchos sobre
las razones que impidieron que se alcanzara mucho más.
El
Presidente, como todas las personas, vive en su interior una contradicción: por
una parte, es quien gobierna y, por la otra, aspira a que uno de sus afines
continúe en el proyecto político que en las más inciertas circunstancias empezó
hace más de seis años. En perspectiva, fue una hazaña que Felipe Calderón
llegara a la candidatura y después a la Presidencia. Pero al igual que Vicente
Fox, casi todo se quedó en el camino; ambos no entendieron la investidura, ni su
tiempo, ni su poder, ni nada. Al menos Fox fue más discreto en su frustración,
pero todo lo resolvió en la lucha obsesiva contra AMLO. Tuvo éxito en su empeño,
en parte, por la terquedad y soberbia del candidato que sí llevaba una ventaja
considerable en las intenciones de voto a meses de las elecciones.
Calderón
va al ataque. Pero la contradicción lo disminuye y, en ciertos frentes, lo
anula. Impulsar o dejar que impulsen (para el poder presidencial es lo mismo) de
manera temprana la candidatura de Ernesto Cordero significa llevar a su partido
al tercer lugar en las elecciones del Estado de México, premonitorio de lo que
podrá ocurrir en el 2012. Creel y sus adelantados tienen la mayor fuerza en la
entidad, y sin chistar concedieron la candidatura a Bravo Mena, un hombre
honorable como pocos, pero quien tenía décadas fuera. Hoy Calderón les paga con
un madruguete. El panismo mexiquense de carne y hueso queda desarticulado y en
las peores condiciones, a grado tal que no alcanzaría ni 18% de los votos,
proporción que el mismo Bravo Mena obtuvo en 1993, cuando el país no conocía las
elecciones en equidad. Por llevar la fiesta en paz con el PRD no quisieron
impugnar el registro de Encinas y ahora ven las consecuencias de la
omisión.
Calderón
va al ataque en el frente de la seguridad. Son las acciones y también la
comunicación, pero las respuestas a fondo requieren de la coordinación con los
poderes municipales y estatales, a quienes ha alejado por su embestida pública a
manera de reclamo por el atraso en la certificación de los mandos superiores
locales en materia de seguridad. El Presidente insiste una y otra vez sobre la
supuesta negligencia criminal de antecesores o de poderes públicos locales. Todo
se queda en la recriminación y cuando se actúa, como ocurrió en Michoacán, se
malogra el proceso por la fragilidad de los elementos probatorios. El Presidente
a destiempo exige del Congreso una reforma política, pero se queda callado sobre
la aprobación en el Senado del mando único estatal. Una reveladora
contradicción.
En la
puja por la vacante en el FMI, Calderón promueve a Agustín Carstens, gobernador
del Banco de México. Envía a los suyos al cabildeo sobre una posición que
significaría un honroso reconocimiento al ungido y al promotor, pero de poca
relevancia para el país, además de la pérdida de uno de los más sólidos
exponentes de la tecnocracia financiera en una posición pública fundamental. Si
Ernesto Cordero realmente va por la candidatura, su renuncia más pronto que
tarde habrá de materializarse. El eventual, aunque poco probable, retiro
simultáneo de los titulares de los dos cargos más importantes en materia
económica es un juego más próximo a la ligereza que a la audacia.
El
Presidente ha sido quien ha adelantado los tiempos electorales. La sucesión
anticipada tuvo un primer momento en la promoción de las alianzas opositoras y
el perfilamiento de Marcelo Ebrard como su posible candidato, al tiempo que la
cúpula del PAN expulsaba del partido a Manuel Espino, el dirigente nacional
cuando Calderón ganó la Presidencia. En el despropósito, en marzo pasado
Calderón llegó al extremo de pedir a su partido un candidato presidencial
externo. Ahora, cuando la inercia de las preferencias se inclinan a favor de
Santiago Creel y Josefina Vázquez Mota, sus afines suscriben la candidatura de
Ernesto Cordero, un colaborador leal, pero sin mayor historia y prestigio que no
sea el aval del Presidente, una contradicción casi perfecta de lo que representó
Calderón hace seis años. Lujambio dice que Cordero no es el candidato de Los
Pinos, Madero se declara a disgusto y los demás intentan minimizar el golpe,
pero nadie señala a su autor. Calderón al ataque, quiere gobernar y trascender,
pero él es quien ha iniciado la guerra en su propio partido.
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