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25 May 2011 02:48 AM PDT
La Acampada Sol y el movimiento 15M no habrían sido posibles en gran parte por el enorme papel articulador de las redes sociales que en en cuestión de horas lograban concentrar miles de personas en la Puerta del Sol y conseguir apoyos e insumos de manera casi inmediata.
El #15M un movimiento surgido en sí a través de Twitter, principalmente tiene su base de apoyo en la interacción de activistas y personas a través de las redes sociales y es de esta forma en que se mantiene activo y también es la vía en la que llegan a apoyar el campamento.
Las redes han servido desde convocar asistencias, difundir los resultados de las asambleas, emitir comunicados de forma eficiente, hasta conseguir víveres e insumos como generadores eléctricos a base de gasolina en cuestión de minutos.
“Zulo”, uno de los comisionados para manejar las cuentas en redes sociales de la Acampada Sol — entre ellas la cuenta @acampadasol — nos relata cuál ha sido el papel de las distintas redes como Facebook o Youtube y nos hace un recuento a modo de “timeline” de los momentos más importantes dentro de la Ciudad Sol, desde su conformación, las tareas del día a día hasta el futuro trabajo que tendrán en los barrios. También nos habla de las estrategias y la manera en cómo gestionan cada red social de acuerdo a su naturaleza.
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Esta es la segunda –privilegiada– ocasión en que me
toca vivir para
observar el estallido de una revolución espontánea, esa especie única de fenómeno social en el que la historia, como decía Marx, se concentra y acelera su paso. Se trata de un momento especial donde se conjugan los sentimientos, las causas, los agravios, los deseos, la furias y las esperanzas que habían estado sumergidas, se desatan en una gran oleada que busca el cambio súbito del orden establecido. Como las avenidas de un gran río, esas revueltas arrastran a su paso todo lo que encuentran, pero algunas, si vencen, son capaces de abrir nuevos cauces hacia terrenos más seguros. Nadie sabe cuándo o cómo van a comenzar. No son inevitables, pues en el aire se perciben señales de que algo puede o va a ocurrir, lo cual permite que se den reacomodos de fuerzas, actuaciones políticas que las frenen o las enciendan, pero únicamente las comprendemos a cabalidad cuando los acontecimientos son pasado y vemos los resultados.
observar el estallido de una revolución espontánea, esa especie única de fenómeno social en el que la historia, como decía Marx, se concentra y acelera su paso. Se trata de un momento especial donde se conjugan los sentimientos, las causas, los agravios, los deseos, la furias y las esperanzas que habían estado sumergidas, se desatan en una gran oleada que busca el cambio súbito del orden establecido. Como las avenidas de un gran río, esas revueltas arrastran a su paso todo lo que encuentran, pero algunas, si vencen, son capaces de abrir nuevos cauces hacia terrenos más seguros. Nadie sabe cuándo o cómo van a comenzar. No son inevitables, pues en el aire se perciben señales de que algo puede o va a ocurrir, lo cual permite que se den reacomodos de fuerzas, actuaciones políticas que las frenen o las enciendan, pero únicamente las comprendemos a cabalidad cuando los acontecimientos son pasado y vemos los resultados.
En la década de los 70 nos deslumbró la llamada
insurrección de mayo que, en rigor, venía a ser la culminación de la
resistencia universal a la imposición de la pax americana en el mundo
entero. Los nombres de Vietnam y Ho Chi Minh, el Che, Lumumba, Mao, son
símbolos, formas de nombrar los escalones del despertar de la rebelión
antiautoritaria en Berlín, Berkeley o Roma, que se nutre de Freud y Marx, de
Marcuse o Sartre, para anunciar el fin de un horizonte moral y político que se
había anquilosado como una momia egipcia. La revuelta espontánea rompe con el
orden establecido tanto en Oriente como en Occidente; ataca la idea de poder
que subyace en el alma de las izquierdas reformistas o revolucionarias; se
pronuncia por una sociedad libertaria, guiada por la imaginación y la
fraternidad. El grito, utópico e irreverente, el ansia de revolución desafía
convencionalismos, usos y tradiciones ancladas en el imaginario conservador; se
burla de las más sagradas verdades que enmascaran la explotación, la
desigualdad, la guerra imperial, el amor chauvinista a lo propio y el desprecio
por la diversidad, la imposibilidad de asumir la diferencia, sea ésta étnica,
sexual o cultural. Es un grito de libertad que no alcanza para cambiar las
reglas del juego del sistema, pero desnuda la miseria de los valores
consagrados que dominan la vida humana desde la cuna a la tumba. En efecto, la
revolución fracasa, pero la sociedad se libera de algunos de sus viejos
fantasmas.
Entre los sucesos de mayo en Francia y la
movilización estudiantil mexicana no hay una conexión directa, causal, aunque
de inmediato la acción juvenil sacude la conciencia de las pequeñas vanguardias
que se aprestan a organizarse al influjo de las banderas ideológicas parisinas,
sin advertir todavía que la revuelta generacional responde aquí y ahora al
desarrollo desigual y combinado del capitalismo, a las urgencias de cada
sociedad ante el espejo de la modernidad y no al descubrimiento furtivo de las
nuevas verdades intelectuales. El 68 mexicano elude toda imitación extralógica
y, por tanto, deja sin sustento (aunque no sin persecución judicial) el delirio
oficialista de la conjura comunista, viejo cliché de la guerra fría que
Díaz Ordaz asume a sangre y fuego. Y, sin embargo, el ME/68 es, por derecho
propio, parte de ese movimiento universal que sacude a la juventud al final de
los años 60 y que, entre nosotros, marcará el punto de partida para la
transformación democrática del Estado que aún no termina.
No sabemos hoy hasta dónde llegarán los efectos de
la revueltas en los países árabes ni el recorrido que tendrá la indignación
concentrada en la Puerta del Sol, pero es un hecho que estamos ante las señales
de que el siglo XXI no se parecerá en muchas cosas al anterior. Tampoco podemos
estar seguros de que vaya a ser mejor o que al impulso libertario de hoy
(anclado en las tecnologías de la comunicación instantánea) no suceda la
contrautopía global del nuevo autoritarismo, pero esas son, justamente, algunas
de las cuestiones que nos plantea la realidad de hoy, erosionando las certezas
derivadas del arreglo que tras la caída del mundo bipolar se impuso como la
única alternativa. Cito, para no repetirme, lo que dije hace unos días en el
Correo del Sur, de La Jornada Morelos: detrás de las movilizaciones
subyace el sentimiento colectivo de que estamos llegando a un límite donde la
vida pierde valor y la dignidad humana se transmuta en un simple objeto de
cambio. Es un ¡ya basta! a un orden injusto e inmoral guiado por el cálculo
egoísta y la desnaturalización de la vida humana. La indignación se origina en
la crisis no resuelta o, mejor dicho, en el engaño que traslada a la gente
común las consecuencias de la dilapidación de la riqueza, el desastre ecológico
o el delirio del narcotráfico. La incapacidad de los grupos que gobiernan la
economía y las finanzas del orbe para reformar el sistema se traduce en el
desapego colectivo hacia formas de vida que ya no garantizan las libertades y
los derechos humanos. Reforzar la presencia ciudadana en la vida pública es
indispensable para recrear la democracia y convertirla, como pide la
Constitución mexicana, en una forma de vida (pero nadie lo hará por nosotros).
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