Justicia y dignidad para los migrantes
Matteo
Dean
Las recientes movilizaciones por una paz con
justicia y dignidad abarcaron un abanico realmente vasto de la sociedad civil
mexicana e internacional. No es tan sencillo, en efecto, tanto en México como
en el resto del mundo, ver una diversidad y una pluralidad tan extendida y tan
comprometida con una iniciativa social como la realizada el 8 de mayo pasado en
la ciudad de México y en muchas otras urbes del país y el extranjero. Entre los
cientos de miles que se movilizaron cabe destacar y prestar particular atención
al componente migrante de la marcha que concluyó ese domingo. Un contingente
aguerrido, numeroso y digno. Su presencia, sin embargo, no fue casual ni
descontada. Fueron las organizaciones de la sociedad civil mexicana –en
particular los integrantes del Movimiento Migrante Mesoamericano– quienes,
sumándose a la consigna estamos hasta la madre lanzada desde las víctimas
colaterales de la violencia persistente en el país, convocaron a una caravana
paralela, mas no alternativa, a la procedente de Cuernavaca: la de los
migrantes indocumentados que cruzan al país en los trenes cargueros.
Bajo el lema los migrantes también estamos hasta la
madre, los organizadores de la peculiar caravana salieron de Ciudad Ixtepec,
Oaxaca, cruzaron por Tierra Blanca y Orizaba en Veracruz, llegaron hasta Puebla
y luego se sumaron a la caravana que participó el 8 de mayo en la movilización
de la ciudad de México. Fueron decenas los migrantes, sin papeles, que salieron
junto a otras decenas de activistas y periodistas rumbo a la capital del país.
Los organizadores de la caravana, quienes ya
tuvieron experiencias similares en Chiapas y Oaxaca, no sólo proclaman el
hartazgo que sienten acerca de los múltiples abusos de que son objeto los migrantes
en México; no sólo declaran estar hasta la madre de los secuestros, las
extorsiones, las violaciones, la trata de personas, la complicidad, las excusas
y la simulación oficial, de los cientos de cadáveres encontrados en el
cementerio mexicano, sino que también reivindican el papel que asumieron: una
especie de escudos humanos para los migrantes al momento de cruzar las zonas
más sensibles del país, los otrora llamados focos rojos, como los señaló la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Más allá de análisis y denuncias, los migrantes
junto a los activistas que los acompañaron tomaron en sus manos su propio
destino. Partieron en decena, llegaron en 65 a la ciudad de México. No
contentos con haber librado una de las zonas más riesgosas del país para los
migrantes en tránsito, se sumaron a la marcha del 8 de mayo. Todo lo anterior
nos habla claramente de tres aspectos que vale la pena tomar en cuenta de aquí
en adelante.
El primer aspecto es justamente el digno
protagonismo de los migrantes. En este espacio hemos tratado de señalar los
casos en los que ellos toman las riendas de su destino y siempre (o casi) nos
hemos referido a Estados Unidos y Unión Europea. Es confortante observar que
también en México los migrantes tomen la decisión de no aceptar la
invisibilidad y la precariedad a la cual parecerían estar condenados los que no
tienen papeles. Salir de la fosa común del olvido y la indiferencia para no
tener que acabar en las fosas comunes de la delincuencia organizada. El muro
del miedo parece haberse derrumbado o, cuanto menos, los migrantes que llegaron
con la caravana abrieron en él una grieta importante.
Un segundo aspecto tiene que ver con la muestra de
solidaridad activa que los migrantes han mostrado. No se trató sólo de sumarse
a una caravana que los llevó hasta la ciudad de México y les permitió sortear
los riesgos del trayecto recorrido; se trató también de declararse hartos y
demostrarlo con la participación activa en la marcha del domingo 8 de mayo y de
tal manera gritar no están solos a los miles de migrantes que vienen tras
ellos. Lo anterior no es poca cosa y contribuye de manera importante en la
reconstrucción del tejido social –invocada por la Marcha por la Paz con
Justicia y Dignidad– también en las fragmentadas corrientes migratorias que
cruzan nuestro país.
Finalmente, un tercer aspecto que es necesario
señalar tiene que ver con el papel de la sociedad civil mexicana. Los
organizadores de la caravana han comentado acerca de las solidarias recepciones
que han tenido en las distintas etapas recorridas (denunciaron también una
tentativa de levantón en Orizaba por parte de gente armada no mejor
identificada). Sin embargo, fue justamente la acción de acompañar a los
migrantes en su recorrido (en el tren) lo que significó para decenas de éstos
un acto concreto y esperanzador.
¿Ese es el camino a seguir? No lo sabemos. Habrá
que sumar esfuerzos y mejorar la ya aprobada ley de migración recientemente
expedida por el Poder Legislativo mexicano. Habrá que insistir en varios puntos
–no últimos, la visa de tránsito y los operativos de las fuerzas del
orden– para que ésta mejore. Habrá también que insistir para que se produzca un
viraje radical e integral en la política pública respecto del tema migratorio
en México. Por lo pronto, y mientras se ejercen las legítimas y democráticas
presiones sobre quien está encargado de legislar y de garantizar la seguridad
de las y los migrantes en México, la solidaridad activa luce por su justa y
digna búsqueda de paz.
No somos antisistema, ustedes son antinosotros
Gustavo
Gordillo
Decía en un artículo a principios de año (19/02)
sobre las primeras movilizaciones en Túnez y Egipto que existía un contexto que
hace posible una proliferación de movilizaciones en el mundo a la manera en que
la ola de rebeldía juvenil se expandió hace 43 años desde la Polonia comunista,
la Francia republicana y el México autoritario. Cuatro son factores claves. El
desempleo juvenil, la insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y
amplias masas en condiciones graves de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones.
La mediocridad y corrupción de las clases políticas.
Pero, sobre todo, están presentes los itinerarios
específicos de las resistencias populares en cada país, en cada sociedad.
Los regímenes políticos son muy distintos entre las
dictaduras árabes y las democracias europeas. Pero los rasgos ya señalados
hacen previsible que por contagio crezca como marea la protesta popular. El
manifiesto-protesta de Stephane Hessel (2009), ex combatiente de la resistencia
francesa frente al nazismo, llamando a los jóvenes a indignarse, causó enorme
efecto en Europa y más allá justo porque resumía el estado de ánimo y una
propuesta central que ha recorrido todas las movilizaciones de 2011: Estoy persuadido
a que el futuro le pertenece a los no violentos, la reconciliación de
diferentes culturas. Es por esta vía que la humanidad entrará a su siguiente
etapa.
Cada movilización ha tenido su propio Hessel. Un
individuo que convoca basado en sus resistencias pasadas, su propia indignación
y su estatura ética. Como resumió Regis Debray en el Nouvel Observateur
(24/02-3/3/2011): Fervor poético, intransigencia moral y moderación política:
bella ecuación que impacta y detona. En México está en marcha esa movilización
multiforme alimentada por una enorme vertiente de resistencias, movimientos,
actos heroicos y memoria colectiva que no pertenece a nadie en particular y a
todos en conjunto, y que ha logrado encarnar Javier Sicilia y el Movimiento por
una paz con Justicia y Dignidad.
El gran dilema de toda movilización está –entre los
acampados de España se ve ahora más claro– entre mantener la tensión creativa y
solidaria de los movilizados y la construcción, mediante la deliberación con
los poderes, arreglos institucionales que rompan las injustas inercias. Este
momento decisivo en nuestra historia reciente se puede disolver como en el
famoso cuento de Julio Cortázar, si el dilema se asume como contradicción
irresoluble.
El cuento de Julio Cortázar transcurre en la
autopista del sur camino a París, un domingo en la tarde, cuando se produce un
enorme embotellamiento que apenas si permite que los automóviles avancen
lentamente. Pasan las horas y los días; de un tremendo calor se pasa a un frío
glacial y a la nieve para finalmente alcanzar nuevamente el sol y ciertos aires
primaverales. En ese lapso la gente de los automóviles circunvecinos se conoce
primero con indiferencia y recelo y después en la interesada búsqueda de
generar un grupo que pueda atender tareas que van más allá del individuo:
avituallamiento, sobre todo, pero también atención a los más ancianos y a los
niños. El ingeniero –narrador de la historia y conductor de un Peugeot 404– se
enamora de su vecina, la conductora de un Dauphine. En tanto se organiza el
grupo de automovilistas, otra conversación ocurre por medio de la radio, donde
se informa constantemente del inminente rescate de los automovilistas atrapados
en el embotellamiento. Conforme pasa el tiempo la gente deja de atender a la
radio y se ocupa más de enfrentar conjuntamente los retos de su convivencia. Al
final, por alguna razón, se desbloquea la autopista y conforme los autos
comienzan a agarrar velocidad se desintegra el grupo que se había formado. El
ingeniero, que había acariciado la idea de tener un hijo con la Dauphine, no la
vuelve a ver.
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