El Despertar
La rebeldía apenas comienza
José
Agustín Ortiz Pinchetti
En México, como en España, emergen rebeldías fuera
de las instituciones y de los partidos. La efervescencia va creciendo conforme
las autoridades son incapaces de hacer frente a una múltiple crisis. El sistema
de partidos parece agotado y también las políticas públicas inspiradas en el
neoliberalismo. Se hacen cada vez más intolerables los abusos. En México el
denotante es una guerra sin objetivos ni posibilidades de desenlace que ha provocado
casi 40 mil muertos en el sexenio y que ha hecho patente la incapacidad del
Estado para proteger a la población y garantizar el mínimo de seguridad. Es
probable que estos movimientos se concreten después en formas políticas
estables o que sean preludio de nuevas rebeldías e incluso de rupturas.
Las diferencias entre el movimiento español y el
mexicano se dan porque aquella es una sociedad democrática fruto de una
transición pactada y cumplida. México padece una transmisión fallida y el peso
del viejo régimen sigue gravitando sobre los incipientes aunque indudables
rasgos democráticos.
El movimiento que encabeza Andrés Manuel López
Obrador es parte del fenómeno. Morena surge en respuesta a un fraude electoral,
pero se nutre con ciudadanos politizados que no militan en partidos. Guarda
distancia de ellos aunque pretenda aliarse para ganar el poder en elecciones.
Hay otra vertiente del movimiento ciudadano que no
pretende ganar elecciones ni conquistar el poder. Tiene como eje la agrupación
por la paz con justicia y equidad que encabeza el poeta Javier Sicilia.
Organiza manifestaciones y marchas para presionar al gobierno y obtener de él
decisiones concretas. Es fácil simpatizar con el futuro de este movimiento: su
origen es genuino y lo encabezan personalidades prestigiadas, no utiliza medios
violentos y ha atraído gente limpia y decidida a participar y a abandonar el
inmovilismo.
El destino de este movimiento y otros dependerán de
su capacidad para movilizar a la opinión pública que fuerce al gobierno a abandonar
sus tercas resistencias. Podrían organizarse nuevas marchas y plantones, pero
el gobierno que controla los medios y una legión de plumíferos podría aislar a
los rebeldes.
También podrían replegarse y organizar en todo el
país una estructura permanente para aprovechar las coyunturas y emprender
acciones de desobediencia o de resistencia para forzar cambios. Es probable que
estos fenómenos sociales se multipliquen. Estas corrientes tenderán a
unificarse si es que quieren aprovechar la oportunidad de un cambio profundo
que les dará la sucesión presidencial.
Palabras fuertes
Rolando
Cordera Campos
Las intemperancias y veleidades del presidente
Calderón y su partido, junto con el inaudito comportamiento del PRI y del PRD
en el caso de Michoacán, llevan a preguntarse si no equivocamos la ruta del
cambio político o, si se quiere, a la proverbial pregunta de Vargas Llosa sobre
el momento en que nos jodimos. Como quiera vérsele, el hecho es que estamos
metidos en una encrucijada del diablo, de la cual no nos va a salvar el más de
lo mismo que ofrecen los priístas encarrerados de Peña Nieto.
Prestarse a fintas vulgares sobre un estado de
sitio no confesado pero nada ficticio, como el que al parecer busca el
presidente Calderón en Michoacán, tal vez para luego ensayarlo para todo el
país en 2012, dice poco y mal de los partidos políticos nacionales y obliga a
recordarles que, de acuerdo con la Constitución, son entidades de interés
público y que, de acuerdo con el modo de su financiamiento, son también
formaciones que se deben a la ciudadanía como servidores, como mandatarios y no
como mandantes. De todo esto se han olvidado los políticos profesionales que
encabezan a los partidos, pero su olvido no los disculpa, como tampoco excusa
al IFE y al tribunal en su desmedida obsecuencia ante los poderes de hecho y su
militante descuido de su función primordial y vital de ser órganos productores
de la confianza ciudadana en los procesos de lucha, cambio y transmisión del
poder constituido. Hoy, han pasado por encima de esta convención fundacional
del pacto político fundamental del nuevo sistema y puesto en peligro la
reproducción de la democracia y el pluralismo inaugurados hace 10 años, y
echados a perder con curiosa alegría por sus principales usufructuarios:
Vicente Fox y su partido de ocasión.
Quizás fue ahí donde empezó esta nueva tragedia
mexicana. Cuando Fox quiso resolver por la vía rápida la sucesión presidencial,
mandando al ostracismo a Andrés Manuel López Obrador, con sentencia penal de
por medio, se desató una fiebre presidencialista dentro de la nueva coalición
gobernante que, sin más, contagió al PAN y desnaturalizó sus principios y
tradiciones, hasta despojarlo de sus contenidos más íntimos.
Luego vino el haiga sido como haiga sido, la
negativa de Calderón a hacer un recuento total de los votos, apoyada por la más
inesperada cohorte de opiniones, y el arranque de un gobierno de hecho que
buscó en los peores hechos, los de la violencia, los factores determinantes de
una legitimidad cuestionada de origen.
Ahora todo se desvanece y confunde, sin poder
ocultar el veredicto brutal: el Estado nacional se ve sitiado por una violencia
ilegítima frente a la cual no hay legitimidad que pueda oponerse. Los exegetas
pueden bramar con furia, pero el hecho total es la anomia que corroe las
relaciones fundamentales que dan sentido al Estado nacional, a la producción y
la distribución mala o buena de sus frutos.
Si Michoacán tanto asusta a los poderes mal
constituidos del Estado nacional, lo menos que puede esperarse de ellos es
franqueza y mínimo valor: que decreten el estado de excepción en el estado y
nos preparen para lo que puede venir el año entrante.
Que los partidos de la oposición legal se presten a
este juego no puede sino alarmarnos y llevarnos a reclamar una explicación
detallada de sus actos, conjeturas, reflexiones. De otra forma estamos en la
puerta de una traición política que, sin más trámite, puede devenir una
traición a la patria.
Palabras fuertes, que ojalá y pronto pudiera
probarse que son innecesarias. A esta hora me parecen obligadas.
Wikileaks y Peña Nieto
Arnaldo
Córdova
Todos sabíamos de los enjuagues de Enrique Peña
Nieto en su afán de alcanzar la Presidencia de la República en el 2012. En
primer lugar, de su terror a una posible alianza entre el PAN y el PRD que hoy
está muerta. Luego, de su campaña mediática con Televisa que se financiaba con
millonadas que iban del erario del Edomex directo a las arcas de la televisora.
También de su persistente labor de convencimiento en las filas priístas, en lo
que ha derrochado, asimismo, montañas de dinero, en especial con los sindicatos
y agrupaciones de masas. De igual manera, de su manejo ilegal de las partidas
para los ayuntamientos y el ahorcamiento sistemático de los mismos. Y sin
olvidar el encubrimiento criminal de auténticos delincuentes políticos, en
particular, de su tío Arturo Montiel.
Pues todo eso lo vienen a mostrar documentos de la
embajada de Estados Unidos en México filtrados por Wikileaks a La
Jornada y muy bien reseñados por Blanche Petrich en la edición del 23 de
mayo. En uno de esos documentos se puede leer: Hecho en el molde del
anquilosado PRI mexiquense, Peña Nieto no es reconocido precisamente por su
transparencia cuando se trata de amigos y aliados. Allí mismo se dice lo que
todo mundo sabe: que es ahijado del ex presidente Carlos Salinas y que parece
cortado con la misma tijera de la vieja guardia priísta. Todo eso ya lo
sabíamos y lo decíamos; pero ahora sabemos que era también la opinión de los
analistas de la embajada gringa.
Del derroche de dinero público, el mismo documento
hace notar que el PRI en la entidad tiene fama de aprovechar las fisuras
existentes en materia de transparencia para hacerse de fondos de campaña. En
vista de la gran cantidad de dinero que fluye por la entidad y dada la posición
que tiene Peña Nieto como puntero de la carrera presidencial, no parece
improbable que su administración esté sacando ventaja de esta situación. Es un
modo de decir que el gobernador mexiquense está canalizando todo el dinero que
llega, en cantidades colosales, al Edomex para promover su imagen y su carrera
presidencial.
Los empleados de la embajada que dicen esas cosas
no fueron a aquel estado a fisgonear, cosa que, por lo demás, hacen
continuamente en todo el territorio mexicano, sino que fueron invitados ex
professo por la poderosa oficina de relaciones internacionales del gobierno
mexiquense y les abrieron todas las puertas para su información. Sólo que los
gringos supieron siempre que eran unas cuantas y que se les daba aquella
información a cuentagotas. Por eso siempre desconfiaron de lo que se les decía.
Hasta supieron qué era lo que se les quería ocultar. En sus entrevistas con los
funcionarios mexiquenses, lo recuerdan a cada momento, éstos siempre
trastabillaban y se confundían.
Lo primero que los de la embajada reprochan a sus
anfitriones es el hecho de que en el Edomex no se cumple con los controles de
confianza de mandos y operativos de las instituciones policiales y de
procuración de justicia. Sólo un dos por ciento de los oficiales se ha sometido
al examen, dice el despacho. Fue sólo un ejemplo. También pudieron constatar
que sus interlocutores no les pudieron explicar con precisión en qué gastaban
las enormes cantidades de dinero que llegaban al estado y que eran las mayores
en toda la República por ser el estado más poblado. De ello no pudieron obtener
ni un solo dato.
La excursión de los personeros de la embajada por
el Edomex ocurrió poco después de las elecciones intermedias de 2009, cuando
Peña Nieto se alzó con la victoria en 97 de 125 municipios mexiquenses, con 40
de 45 diputados locales y 38 de 40 diputados federales. El documento parece
cantar victoria: “… pasó la prueba del ácido, pudo demostrar que es capaz de
obtener resultados electorales favorables para su partido y que es algo más que
una cara bonita”. La popularidad de Peña Nieto, que era en esos días de 70 por
ciento de los encuestados, según el propio documento, fue la causa principal de
ese éxito. Pero también reconoce que ello se debió a la debilidad de sus
enemigos, sobre todo a las pugnas internas del PRD y el pago que el PAN tenía
que hacer por la crisis económica.
No se habla del derroche de dinero que se hizo
desde el gobierno mexiquense para obtener esos logros. Pero se pregunta: “…aquí
la cuestión es ver hasta qué punto esta popularidad es resultado del carisma
personal del gobernador y del cuidado que pone en labrar su imagen o qué tanto
tiene que ver con un trabajo serio para mejorar las condiciones de su estado y
llevar a cabo reformas necesarias”. La cuestión es falsa en sí misma. Debieron
haberse preguntado, más bien, de qué medios se valió Peña Nieto para obtener
esos resultados. Habrían podido ver que de lo que se trató fue, de nueva
cuenta, de un derroche fenomenal de dinero, cosa que, desde luego, todos
pudimos ver.
Ese abuso de los recursos públicos es reconocido
por la embajada en otro documento, esta vez del 26 de enero de 2009, redactado
por la entonces encargada de negocios Leslie Basset. Se dice: Quizá como nunca
lo había hecho en procesos electorales previos, el mandatario estatal está
concentrado y ha lanzado proyectos de trabajo en zonas que le pueden aportar
votos; analistas y líderes de su propio partido han expresado ante consejeros
políticos de la embajada sus sospechas de que está pagando dinero a los medios
bajo la mesa para favorecer una cobertura favorable, y también que financia a
empresas encuestadoras para que presenten resultados alterando las tendencias a
su favor. Ese documento es anterior a las elecciones de ese año. Si eso hizo
con las encuestas, habrá que imaginarse lo que hizo con las elecciones y los
votantes.
Los cuestionamientos de los enviados de la
embajada, de una pálida y candorosa objetividad, empero, hicieron señalamientos
que son una novedad para el público mexicano. En el tema de seguridad contra la
criminalidad, por ejemplo, pusieron en aprietos al grupo de investigación
llamado C-4 del gobierno mexiquense, encargado de recopilar y procesar
investigación sobre la potencialidad del crimen en la entidad; no sólo les
hicieron preguntas que no pudieron responder, sino que hicieron la observación
crucial de que ese grupo no tenía relación con la procuraduría estatal, lo que
resulta incomprensible.
En el primer cable que reseña Blanche Petrich se
hace notar que las dudas y cuestiones que se les plantearon a los funcionarios
mexiquenses no siempre pudieron ser respondidas. Se dice, para el caso:
“Presionamos para que nos explicaran en qué radica la popularidad de Peña
Nieto. Los funcionarios respondieron explicando los ‘600 compromisos’ o
promesas de campaña” que el gobernador firmó ante notarios. Y se concluye: A
nuestros asesores políticos esto les olió más a populismo que a logros
duraderos para mejorar las condiciones del Estado.
En el fondo, todo ello ya lo sabíamos, pero es
bueno que a eso se agregue el testimonio de la embajada de Estados Unidos. Peña
Nieto es un farsante y, lejos de ser la cara moderna del PRI, chorrea por todos
los poros la misma vieja basura y porquería del antiguo partidazo que ya se
sueña, a pesar de los reiterados golpes que ha recibido, de nuevo dueño del
poder. Peña Nieto es tan sólo eso.
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