I.D.P.
(Izquierda Democrática Nacional)
I.D.P. , SE SOLIDARIZA
CON EL GREMIO PETROLERO SECCION 39 " CATALINA"
EN SU LUCHA CONTRA EL SINDICATO CHARRO Y
CORRUPTO.
QUE ATENTAN CONTRA LOS INTERESES
GREMIALES.
BRINDANDOLES NUESTRO APOYO JURÌDICO, DE PRENSA Y
PROPAGANDA.
UNA HISTORIA DE TANTAS Y TANTOS.
UNA HISTORIA DE TANTAS Y TANTOS.
En punto crítico, rodeado de
vinos, en el límite del éxtasis, el gobernador Javier Duarte de Ochoa suele
hablar de más, incurre en desfiguros de escándalo y no le inquieta, siquiera,
plantarle un beso en la mejilla al líder nacional del sindicato petrolero,
Carlos Romero Deschamps.
Así lo hizo en aquella
megajuerga, borrachera apocalíptica, en el selecto restaurant Los Piquitos, en
el corazón de Coatzacoalcos, el 2 de marzo pasado, de la que aquí, en INFORME
ROJO, se dio santo y seña en entrega anterior. Descompuesto, el gobernador de
Veracruz olvidó la imagen pública, quizá imaginando que echarse unos tragos
entre cuates era tema privado, desvaríos en lo oscurito, excesos a puerta
cerrada, nada para comentar.
Le rodeaban Romero
Deschamps; Marco César Theurel Cotero y Marcelo Montiel, alcalde y ex alcalde,
respectivamente, presuntamente enemistados pero esa tarde-noche reían, sonreían
y bromeaban; Ramón Hernández Toledo, dirigente de la sección 11 del sindicato
petrolero, el hombre fuerte en el municipio de Nanchital; Flavino Ríos Alvarado,
diputado local y ex secretario de gobierno de Veracruz; Tomás Ruiz González,
secretario de Finanzas del régimen duartista, y el infaltable Jeús Antonio
Macías Yasegey, suegro incómodo del delfín fiel, huésped de penales, simulador
de la inversión privada, cuyos negocios –un parque tecnológico asentado sobre
tierras que todavía debe y una planta de frutas y verduras que no produce ni una
semilla— le han costado al pueblo veracruzano casi 2 mil millones de pesos, una
parte de ella entregada por el entonces secretario de Finanzas de Fidel, don
Javier Duarte.
Esa tarde-noche, Javier
Duarte quiso ser el alma de la fiesta y lo logró. Bromeó con todos e hizo rehén
de sus frases hirientes a quien tuvo a la distancia. Diez horas fue un
gobernador descompuesto, atrapado en los efectos del licor, iniciada la velada
con una comida a las 3 de la tarde y terminado el festín a la una de la mañana
del jueves 3 de marzo.
A medio trayecto, conmovido
por el momento, agitados los recuerdos de campaña, colmó de agradecimiento a
Carlos Romero Deschamps. Y luego, plantó un beso en la mejilla del dirigente
nacional del sindicato petrolero. “Es un beso de caballeros”, dijo justificando
tan emotiva muestra de cariño, “cariño de caballeros”.
Si el gobernador Javier
Duarte se hubiera propuesto asombrar a sus compañeros de juerga, quizá no lo
habría logrado. Fue, a decir de quienes presenciaron el “chispazo de
caballeros”, un momento espontáneo, incómodo, más para Romero Deschamps, que si
algo tiene es que está bien definido. Sonrieron unos, asintieron otros, callaron
unos más, queriendo todos darle vuelta a la hoja, simulando que nadie abriría la
boca, prometido el silencio sepulcral.
Horas después, trascendía el
desliz de Javier Duarte, acallado en medios de prensa, aludido sesgadamente por
quienes presumen libertad para escribir, pero sometidos a la censura y a la
autocensura.
Javier Duarte no acaba de
entender qué rol juega en el proyecto político de la fidelidad. No hay priísta
que lo respete porque simple y llanamente, no se ha hace respetar. Se engancha
en reyertas verbales con la oposición; renuncian connotados priístas al PRI;
declara non grato al secretario del Trabajo del gobierno federal; gobierna para
un reducido grupo de alcaldes, miembros de su cofradía, y la versión de que en
el gabinete hay favoritos, tan intocables como impunes.
Tiene el gobernador de
Veracruz un problema de posicionamiento político y un gravísimo deterioro de
imagen pública, atizada por sus limitaciones naturales, pésima fama de seguir
siendo un empleado de Fidel Herrera, su antecesor, y ahora los desfiguros
públicos.
No se sabe qué hizo Romero
Deschamps con su mejilla tras concluir la pachanga, pero sí se augura para
Veracruz un gobierno a los tumbos, colocado en las manos de Javier Duarte, un
político al que el alcohol lo descontrola, lo pierde y lo lleva a correrse una
noche loca.
Qué le costaba ahorrarse un
“beso de caballero”.
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