Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 3 de mayo de 2011

BIN LADEN. PROPAGANDA Y OPACIDAD

Bin Laden: propaganda y opacidad
Un día después del anuncio de la muerte de Osama Bin Laden a manos de soldados estadunidenses –ocurrida el domingo, según el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en la ciudad paquistaní de Abbottabad–, el asesor de seguridad de la Casa Blanca, John Brennan, afirmó que, en cumplimiento de las prácticas y tradiciones musulmanas, los restos del presunto dirigente de Al Qaeda fueron arrojados al Mar Arábigo. Tal afirmación complementa la negativa de los funcionarios de seguridad e inteligencia de la administración Obama a informar sobre la existencia de pruebas que pudieran validar las afirmaciones del gobierno estadunidense sobre la muerte del presunto autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La información fragmentaria y a cuentagotas que se ha dado hasta ahora sobre el suceso, y la ausencia de fuentes independientes que permitan corroborar lo dicho por las autoridades del vecino país, hacen inevitable percibir el operativo de captura y muerte de Bin Laden no como un ejercicio de justicia ni como una acción de seguridad nacional y de combate al terrorismo –como afirmó el propio Barak Obama–, sino como un despliegue propagandístico cuya veracidad, para colmo, no puede confirmarse: a más de 24 horas de que Obama dio a conocer el asesinato del supuesto cabecilla de Al Qaeda, aún no hay datos que confirmen que éste haya sido muerto en el lugar y la hora en que sostienen las autoridades de Washington; más aun: ni siquiera hay pruebas fehacientes de que el hoy occiso haya estado vivo hasta ayer –el último mensaje que se le atribuyó fue registrado en enero pasado–, y ahora, por lo visto, tampoco hay manera de identificar que el cadáver corresponde, en efecto, a Bin Laden.
El manejo informativo de este hecho específico resulta tan criticable como el que se realiza en torno a su contexto: a casi 10 años de que George W. Bush emprendió la guerra contra el terrorismo y erigió a Al Qaeda como la principal amenaza a la seguridad de ese país y del mundo, no puede determinarse a ciencia cierta si esa organización se mantiene vigente y en operación, o si su existencia es un pretexto para mantener un estado de histeria y paranoia en la sociedad estadunidense –y en Occidente en general– y para justificar la permanencia militar de Washington en Medio Oriente y Asia central.
La opinión pública de la superpotencia se ve así en la disyuntiva entre desconfiar sistemáticamente de lo que informan sus autoridades o creer a pie juntillas en las versiones propaladas por la Casa Blanca y el Pentágono, en una circunstancia que convierte el derecho a la información en un acto de fe. Por lo que hace a los medios estadunidenses, parecen haber renunciado a consideraciones elementales del ejercicio periodístico, como la necesidad de corroborar la información presentada por las autoridades y buscar fuentes alternativas a las oficiales: en vez de ello, parecieran consagrados a reproducir los boletines que difunde su gobierno, como quedó de manifiesto con este episodio.
La situación resulta particularmente grave si se toma en cuenta el historial de mentiras y falacias que arrastran las autoridades de Estados Unidos: ello no sólo es constatable con los engaños empleados por George W. Bush para justificar la invasión a Irak o con el ocultamiento por Washington de los crímenes de guerra cometidos en las cárceles de Guantánamo y Abu Ghraib, y en las redes de vuelos clandestinos de la CIA –por citar sólo dos de los ejemplos más ominosos–, sino también lo es al cotejar las promesas electorales del actual mandatario, que llegó al cargo con la bandera del cambio pero terminó por plegarse a la lógica belicista, colonialista y unilateral de su antecesor.
El manejo informativo discrecional y opaco que Washington ha realizado sobre éste y otros episodios, en conjunto con la postura acrítica y sumisa de la mayoría de los medios masivos estadunidenses hacia las versiones de la Casa Blanca y el Pentágono, cancelan de antemano toda certidumbre que pudiera tenerse sobre un asunto sin duda doloroso e importante para la sociedad de ese país y para la opinión pública internacional. A lo que puede verse, lo único sobre lo que una y otra pueden tener certeza es el enorme saldo de destrucción material y de vidas humanas provocado por los esfuerzos bélicos de Estados Unidos y sus aliados con el supuesto fin de vengar a las víctimas del 11 de septiembre de 2001.
¿Mataron a
Osama Bin Laden?

Stella Calloni
América puede hacer lo que se proponga. Esa es la historia de nuestro país. Somos una nación, bajo Dios, indivisible con libertad y justicia para todos, este fue el mensaje fundamentalista del presidente Barack Obama, al anunciar que Osama Bin Laden había sido asesinado por tropas estadounidenses, que actuaron sin previa autorización del gobierno de Pakistán, el país donde realizaron su operación ilegal.
La sigilosa operación, que demandó movilizar helicópteros y tropas, se realizó en la localidad de Abbottabad, a unos 50 km de la capital paquistaní, según explicó el presidente Obama y precisó que había durado 40 minutos y que murieron otras cuatro personas, dos correos de Bin Laden y un hijo del líder fundamentalista.
Obama también había dicho que sus tropas tenían el cadáver, que según los informes registraba un balazo en la cabeza-tiro de gracia- y además se había detenido a dos mujeres y algunos de sus hijos, que por supuesto nadie sabrá donde están, como los detenidos-desaparecidos en Guantánamo o en cualquiera de sus cárceles secretas, que conforman una de las mayores violaciones a los derechos humanos.
Pero esta “mañana medios estadounidenses anunciaron que el cadáver de Bin Laden fue arrojado al mar, señalando que la Operación llevada a cabo por un comando especializado, fue planeada y realizada en el más alto secreto y el gobierno paquistaní no fue informado hasta después de que tuviera lugar” (Télam 3 de mayo 2011 y otras agencias).
El cuerpo del jefe de Al Qaida fue sacado de la residencia en helicóptero y sepultado luego en alta mar, siguiendo los ritos musulmanes, informaron fuentes oficiales estadounidenses, en un final especial de novela negra.
Las cuidadosas tropas de Estados Unidos, especializadas en todo tipo de torturas, que en su momento Bush justificó públicamente, han sepultado en el mar a Bin Laden cumpliendo nada menos que un rito musulmán. Cualquier simple inspector de policía sospecharía de este final.
El atropello de la legislación internacional en Pakistán es más que evidente y responde a aquel anuncio apocalíptico de George W. Bush en 2001 donde declaraba al mundo unilateralmente la guerra preventiva, sin final y sin fronteras, anulando en su perspectiva –que hoy rescata Obama- la soberanía de todos los países del mundo.
Se dijo que Bin Laden resistió el ataque durante una hora antes de ser abatido por las fuerzas de elite estadounidenses y al respecto y según informó la cadena CNN, la misión del comando era la de matar al líder de Al Qaeda y no la de apresarle (Télam 2-5-11)
Por su parte la Comisión Europea (CE) consideró que su posición favorable a la muerte de Osama Bin Laden por las fuerzas estadounidenses no contradice los valores y principios de la Unión Europea (UE), que aboga por la libertad, la democracia y el fin de la pena de muerte a escala mundial.
Y continúa “no es la ejecución de una sentencia a muerte. Seguiremos estando en contra de la pena de muerte en el futuro", como declaró la portavoz comunitaria, Pia Ahrenkelde, al ser interrogada al respecto en rueda de prensa, según un cable de la agencia mexicana Notimex (2-5-11)
Pero por supuesto, alineada casi podría decirse colonizadamente con Washington, la CE remataba que "sin duda, su muerte está dentro del contexto de los esfuerzos globales para erradicar el terrorismo" y su vocera consideró que esto "hace que el mundo en el que vivimos sea más seguro aunque no implica el fin del terrorismo”.
Se le olvidó mencionar también que en otro lugar llamado Libia, se había matado a un hijo y a los nietos de un gobernante y a centenares de personas, mediante bombardeos absolutamente ilegales, porque la misión de la ONU, también ilegal porque se tomó sin esperar los informes de situación y sin analizar la presencia de extranjeros en territorio libio, era la exclusión aérea para evitar bombardeos que dañaran a la población civil.
Me atrevería a asegurar que nadie sabe a ciencia cierta que el cadáver con un disparo en la cabeza que deforma los rasgos hasta puntos irreconocibles sea el de Bin Laden. Y si lo arrojaron al mar será imposible saberlo.
Como nos han mentido en forma constante, incluso con la verdadera génesis del derrumbe de las Torres Gemelas en septiembre de 2001, tenemos todo el derecho a ponerlo en duda aunque Washington diga que el ADN certificó que es Bin Laden.
Se mintió descaradamente para invadir y ocupar IraK, se mintió de la misma manera sobre la supuesta gran rebelión popular contra Muammar El Khadafi en Libia, ya que luego por propia confesión de Obama y de acuerdo a The New York Times, agentes de la CIA fueron desplegados a fines de 2010 en Libia para contactar a los (presuntos) rebeldes y guiar los ataques de la coalición (30-3-11).
De acuerdo al periódico “los miembros de la central de inteligencia estadounidense habrían sido desplegados desde hace varias semanas en pequeños grupos en tierras libias, con la misión de establecer contacto con los rebeldes y determinar blancos de las operaciones militares. Decenas de miembros de las fuerzas especiales británicas y de agentes de espionaje MI6 trabajan en Libia, dice el periódico, recogiendo información sobre las posiciones y movimientos de las fuerzas leales a Gaddafi”.
Añade que los empleados de la CIA son un número no conocido de funcionarios estadounidenses del servicio secreto que ya trabajaban en Trípoli o llegaron recientemente cita un artículo de Patria Grande tomando la fuente de The New York Times ( Socialista@yahoogroups.com, 3 de marzo de 2011)
La novela negra de la guerra antiterrorista cuyo mando está en las manos de los mayores terroristas que conozca la humanidad, sin frenos, sin respeto a ninguno de los derechos establecidos, que acabaron con la credibilidad que alguna vez tuvieron las Naciones Unidas, a la vez que perpetraron con argumentos falsos el primer genocidio del Siglo XXI-más de un millón de muertos en condiciones atroces en Irak y Afganistán que nadie juzga- sigue creciendo cada día.
Nunca tan similar esta doctrina del imperio a las fronteras seguras por medio de las cuáles Adolfo Hitler amenazaba a una buena parte del mundo, desconociendo soberanías y derechos internacionales.
Nuevamente estamos antes una enorme operación publicitaria de Washington en la que Estados Unidos intenta lograr que la atención pública se despegue de su brutal y reciente operación en Libia, matando niños.
Para esto nada mejor que una puesta en escena, similar a las que lograba Hitler en pleno auge del nazismo, cuando convocaba al pueblo alemán, sometido a la siniestra desinformación, planeada como un arma de dominación y paralización de esa población, por Joseph Goebbels, hoy multiplicado por miles y miles de sus imitadores que lo han superado largamente de la mano de la dictadura global de la desinformación.
Por supuesto en el anuncio con bombos y platillos de que finalmente después de 10 años mataron a Bin Laden, no recordaron que este había sido- y nadie sabe si seguía siéndolo- un hombre ligado a la CIA , quien bajo ese comando creó a los llamados talibanes de Al Qaeda, para combatir con guerrillas apoyadas por Estados Unidos a los soviéticos en Afganistán, en tiempos de la Guerra Fría.
Bin Laden y su familia fueron socios de grandes negocios de la familia Bush, y esta historia fue magníficamente contada por el cineasta estadounidense Michael Moore.
La incógnita sobre la verdad de estos hechos nos acompañará siempre o algún tiempo, el suficiente como para que ya sea un hecho consumado la invasión de todos los países que decida ocupar el imperio bajo el mandato de que América puede hacer lo que se proponga aunque sea acabar con la humanidad.

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